Llega un ruso, se llama Nikolai. Es un híbrido sixty entre Pierre Richard y Erik el rojo. Viejo, pero con los brazos fibrosos, las manos un racimo de morcillas. Parece un marinero devenido kiter, con sus bermudas multicolores y el pelo largo, enrulado y al viento. Habla un inglés pastoso a vodka que apenas alcanzo a comprender. Entonces, se lo dejo al gallego para que entre ambos se entiendan en su inglés incomprensible. Para el gallego es mejor hablar con un english speaker no nativo, de cierta forma tiene razón, los acentos, si son impropios para ambos, se entienden mejor. Mientras tanto, el vikingo se me acerca, pregunta por la playa y sobre qué le ha pasado a mi inglés. Lo olvidé, por suerte, perdido en alguna que otra noche. Le contesto fácilmente y lo mando a la playa que está a 50 metros. La gente cuando vacaciona gusta de preguntar por todo, hasta mismo por lo que lleva puesto delante de los ojos, como esas gafas anfibias y estrafalarias que lo llevan a tientas. Ahora, parece Pierre Richard personificando al Stevie Wonder vikingo.
En fin, se va a navegar a la playa. El viento sopla con ganas. El sol se tiñe de rabia, la tarde apremia a los lagartos, a los corazones de murano y a cada vela que se enciende.
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