Una yunta de alemanes hambrientos tira más que cualquier yunta de bueyes y pelos de chucha… Acá se reúnen 10, alistados ya, voraces y hambrientos. “Es posible antes comer antes”, preguntan en un español escueto que intenta hacerse solidario. La cocinera, la bombaRita, responde alejándose y haciéndome cargo. “Nao comprendo”, me fala, para que yo me acerque y les confirme, tristeza ^Vinicius^ mediante para los teutones, que, con suerte cenarán a las 7. Claro, se fueron a navegar todo el día, Downwind hasta Paracurú y, Quebramar, la barraca donde x lo general se almuerza después del paseo {A saber, downwind: los kiters se suben a sus tablas, enfilados a todo vento con las velas henchidas, para hacer 2, 5, y hasta mas km hasta otro spot cercano, allí terminan su viajecito, hambrientos y apurados.} Hoy Quebramar estaba cerrado por problemas de sanidad. No les quedó otra que no almorzar y volver a la pousada con un hambre de desierto en dosis de días. Así comenzaron a llegar, todos rubiones y grandotes, pero flacos, extrañamente atléticos, a pedir sandwichs, açais y todo paliativo que mengue la angustia hasta la hora de la cena. Para colmo, la preparación de la paella, se estira, se toma su tiempo en un mucílago interminable, como si quisiera burlarse de los alemanes reventando en su cara, pero sin ánimos verdaderos, porque nada más ocurre lo que pasa siempre en Taíba, todo se toma su tiempo en cuenta gotas. La vida parece arrastrada por una tortuga, no encima, simplemente es arrastrada, con suerte cuenta con el empuje casi constante del viento y sus arengas. El viento arenga sí, alienta en cada esquina con la misteriosa voz de los dioses fantasmas, de aquellos condenados a la eternidad de la nada, de lo incorpóreo, así, casi como el hambre de los alemanes que no da con materia alguna. Thomas ojea hacia la cocina con desesperación, el simétrico Theo viene y va pidiendo sandwichs, snacks, crackers o alguna cosa que aplaque su sinfonía estomacal. En un momento, voy a filmarlos para guardar recuerdo de su desesperada ambición. Pero son tan mecanizados, que seguramente por eso pierden chispa, viveza, capacidad de improvisación, por un lado y por otro, no quieren gastar, pocos son los que disimulan el hambre con algo más que cracker o snacks. El hambre de los alemanes se expande, parece siempre in crescendo, se rehace a cada mordisco, a cada segundo… como un perro rabioso que se muerde la cola y gusta de su propia rabia. Pero, no hay cómo apurar los relojes-goteros de Taíba. Nunca Ceará! Podría gritar el más cojo de los paulistas. No hay cómo apurar a Taíba, no hay cómo hacerle sentir un poco de esa eterna, aburrida y precisa cordura germana, aquí, no es posible. Aquí sólo el viento puede con la cordura. Aquí no pertenece a Nadie.
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