03 noviembre, 2011

Bajo la rue des cascades


            El viento sopla en continuado, tiene apenas un descanso entre las 5 y las 6.30 de la mañana, casualmente, la hora y su medida en la cual mejor descanso. No me entero de nada durante esos 90 minutos. Y esto tiene relevancia, porque hasta las 5 no puedo dormir, solo doy vueltas en la cama, dormito un poco y me despierto de golpe, con cierta angustia por el vidrioso sueño quebrantado, por la difícil tarea de rehacer dicho engranaje onírico y por encontrar al casaco. Me levanto, voy hasta el baño que no es baño y si un injerto a la habitación, cubriendo una de las paredes. En cada extremo dos puertas de esas que solo tapan del cuello a los tobillos, como si la desnudez fuera a atreverse a salir insomne, para dejar la cabeza y los pies a la vista; me transformo así en un hombre con cabeza branca, tronco de puerta y pies de atleta fracasado; como sea, de un lado la ducha y del otro lado el inodoro, en medio el lavabo con un espejo pequeño, sin tórax y descaradamente exhibicionista. Entierro mi insomnio en el recuerdo del sándwich “Pescadores” del taibense Eliverton, un demonio que maneja un puestito de 2 x 2 frente a la plaza de Taiba y vende a gringos algunas que otras sustancias, lícitas e ilícitas. La indigestión parece hermanada al viento, vive en continuado, cada día, de apurones al baño... Podría pensarse que la paso mal, pero no, todo esto es lo que me gusta, esa diferencia que hace que la vida sea más vida porque simplemente es vívida, cada situación, cada momento, sus circunstancias y todas sus impresiones. Cada palabra está viva, más aún, se llena de algo que no entiendo, algo así como cuando un globo se carga del aire del más feliz de los niños… no es sólo aire, hay algo más. Entonces adoro esta indigestión y así también la crueldad de este insomnio. No escapo, en realidad busco matar el hambre. Misteriosamente, estoy más vivo durmiendo menos, y el caudal de actividades no cesa en todo el día, como si fuera ese mismo viento el que da aire para inflar los ánimos, velas que sobrevuelan la tierra, henchidas de esa maresia histérica que enamora.
Suenan por la rua las cascadas de un pianista francés, desalmado de todos los sentidos; una sirena canta, en realidad se lamenta de todo Ulises huidizo, absurdos de hombres que van y vienen, que no pertenecen a la tierra, para hacerse de todas las ondas que crecen con el clamor del viento.
            Me despierto de golpe una vez más, estoy en la rue des cascades, mojado completamente, dormido dentro de alguien que despierta y que canta, oigo su canto en la lengua madre de piratas, el piano francés que suena, el viento que flota y yo que estoy en él, soplando, intentando que se mantenga en el aire como un pedazo de seda que pudiese ser, tranquilamente, un pedazo de papel, frágil e imposible. También alguien me lavo bajo la cascada…, y tampoco cuando despierto veo nada, siento la nada, oigo la nada… no recuerdo, cuando estoy despierto ou acordado; pero sí sé que alguien me lavo bajo la cascada.
            Me despierto una vez más, todo está silenciado: no hay silencio, pero el mundo parece amordazado; el viento no sopla ya; son las 5 am, la hora en que existe una tregua entre la tierra y las fuerzas mayores, la hora en que todo comienza de nuevo y en la que por fin, en mi medida, voy a dormir para el sueño volver a hallar bajo los aplausos de la rue des cascades.

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