06 diciembre, 2011

dosis

Dosis

Escribo en una libreta del tamaño de una palma de mano. Hay pocas hojas, por lo que casi automáticamente escribo en mi lengua de conquista; en el muro alguien vuela, alguien flota febril sobre la marea histérica; muchas lenguas entrelazadas a un mismo idioma pirata. Del otro lado del “balcão” alguien piensa en suicidios –extraño, pero la palabra suicidios incluye a dios- y graciosamente no soy yo, por suerte hoy no tengo nada que ver con la muerte.
Explicar esto, este texto en la palma de la mano, sería como explicar mi relación tortuosa con la escritura. Pero la verdad es que no soy bueno para explicar, sólo escribo, desarmo palabritas muertas y palabras de Nadie. Alguien que no soy yo pregunta quién es nadie, y, obviamente, no tengo respuestas; escribo en parte para eso: para no tener respuestas. Vivir es buscar respuestas, escribir es otra cosa; deshacerse; y qué bueno es hacer cosas sin pensar. No pienso lo que escribo, pienso exactamente (y sin saberlo) cuando escribo. Escribo rápido para no ser interrumpido, después no entenderé mis propias palabras, esas letras cursivas fuera de sí, pero es inevitable, como así también es inevitable que sé que pronto, en cualquier momento, alguien invadirá mi espacio; y pocos son los educados, pocos los considerados y poco menos los atrevidos.
Nadie llega. La dosis termina.

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