31 diciembre, 2011

El resplandor



Por las noches, dormir es todo un trabajo. El viento que azota las palmeras llena de infinidad de sonidos extraños todo el ambiente. Pareciera que un ejército de alimañas marchara por el tejado de la habitación. El falso techo de “palhas” de carnauba bombardea con partículas de polvo, hojas e insectos suicidas. Algún fantasma golpea la puerta de la habitación, usa alguna contraseña de antaño. Un poco de algodón para tapar los oídos, para separarse por unas horas del zumbido de este viento celoso e infatigable {La respiración se hace más sonora, la saliva que baja por el esófago, los retorcijones, toda la maquinaria interna resuena a partir de los tapones. Será esa la fórmula para lograr una verdadera intimidad, un monólogo de sonidos incomprensibles? Pareciera demasiado fácil. Hasta la concentración en la Traversa de zumbis de Jubiabá se hace más corpórea. El macumbeiro va sanando personajes de papel como un mesías resucitado} El libro de Amado que costó dos reais avanza lentamente en la lectura intermitente que puedo darle. Algunas palabras logran escaparse a toda comprensión, otros juegos de palabras se confunden en mi gramática española. Pero como sea puedo entender que “o peqneno” Baldo es de los preferidos del macumbeiro, que “Zé Camarao” es un chanta y que la “velha Luiza” está más que “doida”.
Leer en portugués hace que los párpados pesen más, mucho antes. El reloj no llega a las 9. En un rato quedaré knock out, del otro lado de la razón, donde soy un personaje inconsciente, como si el Baldo grande lo hubiese embocado de un "upper cut". Pero no, la cuestión es que cuando ya casi estoy dormido, perdiendo el tiempo en el mismo renglón por enésima vez, una rata grisácea pasa eléctrica por el tabique de la pared externa. El susto me despabila sin pedir permiso y, automáticamente, soy consciente de que no podré dormir como lo estaba haciendo, casi flotando, leve como un diente de león. Me levanto y doy vueltas sin sentido, dejo los tapones y enciendo todas las luces. Con un palo de escoba sin bruja golpeo el falso techo para ver si alguna bastarda está trasnochando encima de mí como un mal sueño. Puteo, cagándome en la suerte de tener que ver a la rata, si tan solo me hubiese dormido 5 segundos antes, si me hubiese llevado el ¡macumbeiro!
Para colmo, el viento se desamarra de su timidez nocturna y agita todo a su alcance. Los ruidos son pasos de ejércitos de ratas, “casacos” y lagartos. Decididamente no voy a poder dormir. Salgo linterna en mano. El pasillo es angosto y largo, de unos 30 metros. Hago luz con la linterna para ver si encuentro alguna enemiga. Nada. La posada, grande y deshabitada, me lleva a fantasear con el hotel invernal de "El resplandor", me visto de Jack Nicholson tropical y subdesarrollado, y con la linterna envuelta en la espesura negra de la noche subo al segundo piso. El viento silba; el resplandor es aún más patente. La noche chilla. Una puerta enorme y oxidada separa la escalera del estar del piso superior. Dudo un segundo sobre lo que hay del otro lado. Siempre dudo. Una de las ventanas está abierta, el viento silba rabioso, las palmeras son bailarinas de festejo en una noche de suceso. Me animo con la linterna encendida. Abro. ¡El resplandor!

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