Vamos con el gallego y Vavá a buscar una carnauba encallada en la playa. El viento es de una violencia desteñida, el mar verde está crestado, los microscópicos granos de arena atacan toda humanidad con la acupuntura perfecta de la naturaleza. La carnauba tendrá unos 2 metros y medio, el gallego tiene un momento de lucidez: Vavá primero, él segundo y yo tercero, de acuerdo a las estaturas, para poder llevar mejor el tronco de palmera. Hasta la posada habrá unos 100 metros, hay que transitar arenas blandas y plagadas de yuyos y espinillos. Hacemos una parada para descansar. El día es de una luminosidad apremiante. Hace calor. Levantamos el tronco y seguimos para el tramo que falta. Cuando llegamos a la calle de arena terracota, el paso que nos deja llevar la poca distancia entre un cuerpo y otro se acentúa, tornándose una nueva invención danzarina del Brasil. Sólo falta música y que la carnauba se triplique en tres cuerpos gráciles de bahianas “quentes”. Dejamos la carnauba. Vavá busca algo de beber, por mi parte me doy un chapuzón, mientras el gallego trae preparada para exhibición su doble moral sin filo.

Regreso caminando, entre los silbidos del viento y los míos, encendidos y en busca de un poco de papel donde aterrizar. El viento a favor. Mafalda también.
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