Por la mañana intento meditar en la playa, pero los ladridos de una perra chillona me desconcentran rápido. Abro los ojos. La perra chillona, una rubia raza calle, petisa y sin gracia ladra a Negao, el rottweiler de Fernando, el vasco de Tramuntana, la posada amiga. Negao se acerca, con su tranco parsimonioso, como si estuviera escuchando el Bolero de Ravel canino, y de ese modo avanza, tranquilamente, con la certeza y la fe de un conquistador. Se acerca a la perra que aumenta su histeria. El dueño de la rubia es un brasilero calvo y panzón que sujeta un ovejero alemán. Negao avanza, es su territorio. Negao no ladra, y eso, me sorprende. Fernando también avanza, detrás de él. La mujer del brasilero observa la escena a prudencial distancia, sujeta a otro ovejero alemao, que parece más joven, tirando de la mujer, que hace fuerza para mantener el control sobre el cachorro. Negao ya está bien cerca, entre ellos. Comienza a hociquear al ovejero manso, y se acerca a la perra sin perder su señorial impronta. ¡Negao!, llama Fernando, mientras el viejo le da una zurra a la perra insoportable. Negao no gasta ni un ladrido, ni siquiera un gruñido, es todo un señor perro, admirable, y eso que poco me simpatizan los rottweilers. Da un par de vueltas entre los 2 perros, deja en claro quién manda en esta "porra" de praia y se vuelve con su amo, quien le regala una buena dosis de mimos. El perro festeja a boca de jarro, babeando y salpicando a Fernando. La pareja de los ovejeros y la perra histérica siguen su camino. No conozco a esos dos brasileros, pero por los perros podría hacerme una vaga -y quizás bastante precisa- idea, porque sí conozco un poco más a Fernando, y ahora, al presenciar a Negao, con su señorial andar, calmo y sin ladridos, podría dar fe de esa teoría que afirma que los perros toman un poco el carácter de sus amos.
Mientras tanto, la playa vuelve a quedar desierta y, de ese modo, la mañana se desembaraza de esta secuencia extraña que interrumpió mi espacio solitario, vaya a saber quien para qué...
En fin, entonces, cierro los ojos, los ecos y todos los ladridos que ya son cuento.
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